Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
es un poco extraña esta oración del Ángelus, con el Papa “enjaulado” en la
biblioteca, pero os veo, estoy cerca de vosotros. Y también me gustaría empezar
agradeciendo a ese grupo [presente en la plaza] que se está manifestando y
luchando “Por los olvidados de Idlib”. ¡Gracias! Gracias por lo que hacéis.
Pero hoy rezamos el Ángelus así para cumplir con las medidas preventivas y
evitar pequeñas aglomeraciones de gente que pueden favorecer la transmisión del
virus.
El
Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma (cf. Mateo 17,
1-9) nos presenta el relato de la Transfiguración de Jesús. Jesús lleva a
Pedro, Santiago y Juan con Él y sube a un monte alto, símbolo de la cercanía a
Dios, para abrirles a una comprensión más completa del misterio de su persona,
que debe sufrir, morir y luego resucitar. De hecho, Jesús había comenzado a
hablarles sobre el sufrimiento, la muerte y la resurrección que le esperaba,
pero no podían aceptar esa perspectiva. Por eso, al llegar a la cima del monte,
Jesús se sumergió en la oración y se transfiguró ante los tres discípulos: «su
rostro —dice el Evangelio— se puso brillante como el sol y sus vestidos se
volvieron blancos como la luz» (v. 2).
A
través del maravilloso evento de la Transfiguración, los tres discípulos están
llamados a reconocer en Jesús al Hijo de Dios resplandeciente de gloria. De
este modo avanzan en el conocimiento de su Maestro, dándose cuenta de que el
aspecto humano no expresa toda su realidad; a sus ojos se revela la dimensión
sobrenatural y divina de Jesús. Y desde arriba resuena una voz que dice: «Este
es mi Hijo amado [...]. Escuchadle» (v. 5). Es el Padre celestial quien
confirma la “investidura” — llamémosla así— de Jesús ya hecha el día de su
bautismo en el Jordán e invita a los discípulos a escucharlo y seguirlo.
Hay
que destacar que, en medio del grupo de los Doce, Jesús elige llevarse a Pedro,
Santiago y Juan con Él al monte. Les reservó el privilegio de ser testigos de
la Transfiguración. ¿Pero por qué elige a los tres? ¿Porque son los más santos?
No. Sin embargo, Pedro, a la hora de la prueba, lo negará; y los dos hermanos
Santiago y Juan pedirán ser los primeros en entrar a su reino (cf. Mateo 20,
20-23). Jesús, no obstante, no elige según nuestro criterio, sino según su plan
de amor. El amor de Jesús no tiene medida: es amor, y Él elige con ese plan de
amor. Es una elección gratuita e incondicional, una iniciativa libre, una
amistad divina que no pide nada a cambio. Y así como llamó a esos tres
discípulos, también hoy llama a algunos a estar cerca de Él, para poder dar
testimonio. Ser testigos de Jesús es un don que no hemos merecido: nos sentimos
inadecuados, pero no podemos echarnos atrás con la excusa de nuestra
incapacidad.
No
hemos estado en el Monte Tabor, no hemos visto con nuestros propios ojos el
rostro de Jesús brillando como el sol. Sin embargo, a nosotros también se nos
ha dado la Palabra de salvación, se nos ha dado fe y hemos experimentado la
alegría de encontrarnos con Jesús de diferentes maneras. Jesús también nos
dice: «Levantaos, no tengáis miedo» (Mateo 17, 7). En este mundo,
marcado por el egoísmo y la codicia, la luz de Dios se oscurece por las
preocupaciones de la vida cotidiana. A menudo decimos: no tengo tiempo para
rezar, no puedo hacer un servicio en la parroquia, responder a las peticiones
de los demás... Pero no debemos olvidar que el Bautismo que recibimos nos hizo
testigos, no por nuestra capacidad, sino por el don del Espíritu.
Que,
en este tiempo propicio de Cuaresma, la Virgen María nos otorgue esa docilidad
ante el Espíritu que es indispensable para emprender resueltamente el camino de
la conversión.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os
saludo a todos los que estáis siguiendo este momento de oración. Saludo en
particular a los participantes en el curso de formación “Animadores de un nuevo
modo de comunicar”; a los fieles de Torrent, España; al grupo de los
condecorados de Corato; a los jóvenes de Coverciano y a los niños de la Primera
Comunión de Monteodorisio.
Saludo
a las asociaciones y grupos comprometidos en solidaridad con el pueblo sirio y
especialmente con los habitantes de la ciudad de Idlib y del noroeste de Siria
—os estoy viendo desde aquí— obligados a huir de los recientes acontecimientos
de la guerra. Queridos hermanos y hermanas, renuevo mi gran preocupación, mi
dolor por esta situación inhumana de estas personas indefensas, incluyendo
muchos niños, que están arriesgando sus vidas. No debemos apartar la vista de
esta crisis humanitaria, sino darle prioridad sobre todos los demás intereses.
Recemos por esta gente, estos hermanos y hermanas nuestros, que sufren tanto en
el noroeste de Siria, en la ciudad de Idlib.
Estoy
cerca con la oración de las personas que sufren la actual epidemia de
coronavirus y a todos los que los atienden. Me uno a mis hermanos obispos para
animar a los fieles a vivir este difícil momento con la fuerza de la fe, la
certeza de la esperanza y el fervor de la caridad. Que el tiempo de Cuaresma
nos ayude a todos a dar sentido al Evangelio en este momento de prueba y dolor.
¡Os
deseo un buen domingo! Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Ahora voy
a asomarme para veros un poco en tiempo real. ¡Buen almuerzo y adiós!
ANGELUS PAPA FRANCISCO
Plaza de San Pedro (Biblioteca del Palacio Apostólico)
Domingo, 8 de marzo de 2020
FUENTE: VATICAN_VA
No hay comentarios:
Publicar un comentario