Fue
bautizado en la Iglesia Parroquial de santa María de Sorbas por el siervo de
Dios don Fernando González Ros, mártir también en la Persecución Religiosa. Sus
padres, hondos cristianos de gran virtud, lo educaron desde pequeño en el amor
a la Eucaristía y a la Santísima Virgen.
Así
lo recuerda su hermana doña María Teresa: «Era un niño abierto, alegre, con
ganas de vivir, era “un castañuelas”, siempre estaba riendo. Era un buen
cristiano, piadoso. Pertenecía al grupo de los Tarsicios en su infancia y
después se incorporó a la Adoración Nocturna.»
Comenzados
sus estudios en los años difíciles de la República, se afilió a la Acción
Católica para dar testimonio de su fe. Al irrumpir la Persecución Religiosa, al
tratar los milicianos de incendiar el templo, les dijo: «¡A la iglesia no entra
nadie porque yo me pongo por medio!» Por su coraje fue detenido el veintiséis
de agosto, pero liberado por su corta edad. Refugiado con su tío, primero en
Carboneras y luego en Cuevas del Almanzora, un compañero de estudios lo
denunció por «oler a cera».
Durante
dos años sufrió prisión en El Ingenio de Almería, distribuyendo su propia
comida entre los presos más necesitados. Trasladado a Turón el tres de mayo de
1938, el veinte de mayo lo obligaron a enterrar a otras víctimas. Empleado en
tan triste menester, a pesar de sólo tener diecinueve años, recibió la palma
del martirio. Selló su vida con este grito: «¡Viva Cristo Rey!».
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