A la semana de su nacimiento, el siervo de Dios don Nicolás
González Ferrer lo bautizó en la Iglesia Parroquial de la Encarnación de su
ciudad natal. Criado en una pobre familia veratense, desde pequeño experimentó
una profunda vocación al sacerdocio.
Estudió
en el Seminario de san Indalecio de Almería. El beato don Manuel Medina Olmos,
por entonces Administrador Apostólico de Almería, lo ordenó presbítero el
dieciséis de marzo de 1935. Unos pocos meses después fue enviado como Cura
Regente de Lúcar. Su madre, doña María, lo acompañó.
Su
antecesor en la Parroquia, el canónigo Sánchez Martínez, escribió: «Los tiempos
eran muy difíciles y cuando llegó la Persecución Religiosa en el 1936, las
autoridades locales le dijeron que saliera de Lúcar y marchó con su madre a
Vera, que era su pueblo natal. Después he sabido que estuvo detenido en la
cárcel del Ingenio y estaba muy enfermo por los malos tratos y vejaciones a las
que por ser sacerdote era sometido.»
Acerca
de su cautiverio, el presbítero don Diego Rubio Gandía contó: « En el Ingenio
el sacerdocio no le dejó descansar; ya que quedaban pocos sacerdotes y don
Mateo tenía que multiplicarse en aquel lugar, antesala de la muerte, todos querían
confesar. » Prácticamente moribundo por la tuberculosis que contrajo,
permitieron a su desolada madre llevarlo al Hospital Provincial. Las enfermeras
republicanas desoyeron las súplicas maternas y negaron su ingreso hospitalario.
Con
enorme dolor, su madre pudo trasladarlo a Vera. Allí concluyó su martirio, a
sus veinticinco años de edad y a sus tres años de presbiterado. El poeta Martín
del Rey, también preso con el siervo de Dios, le dedicó unos sentidos versos.
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