Sus fervorosos padres, don Miguel y doña Catalina, lo llevaron a la
Iglesia Parroquial de san Isidoro para que recibiera las aguas bautismales dos
días después de su nacimiento. Seminarista desde 1907, estudió magníficamente e
impartió clases en el Seminario de san Indalecio durante nueve años.
El Obispo fray Bernardo Martínez Noval, admirado de sus dotes, lo
tomó como secretario particular en 1926. Ordenado presbítero el dos de junio de
1928, combinó su ministerio pastoral con la enseñanza y el servicio al Prelado.
Coadjutor del Alquián entre 1928 y 1933, los tres últimos años de su existencia
los entregó a la coadjutoría del Sagrario de Almería. En 1934 asistió a fray
Bernardo en su piadosa muerte, siendo nombrado dos años después Consiliario de
la Unión de Mujeres Católicas y Secretario de la Junta Diocesana de Enseñanza
Religiosa.
El presbítero don Domingo García así lo recordaba: « Era un buen
sacerdote; nos daba ejemplo de virtudes sacerdotales; le conocí sólo a través
del trato de profesor – alumno en el Seminario. A los alumnos nos trataba muy
bien; no hacía discriminación entre nosotros, se mostró siempre justo. »
Sus padres, al estallar la Persecución Religiosa, se lo llevaron a
Chirivel. Don Manuel Román escribió lo que le sucedió el veintitrés de agosto
de 1936: « Paseando con uno de sus primos por las afueras del pueblo, fueron
vistos por los milicianos que iban en un camión, lo reconocieron como cura,
detuvieron el vehículo, salieron corriendo tras los dos primos. Como quiera que
sea, el siervo de Dios era un hombre de salud endeble, se cansó de correr, le
alcanzaron los milicianos, y allí mismo tras mofarse le martirizaron,
quitándole la vida. »
Mártir a sus treinta y dos años, ni siquiera sus despojos se
libraron de la rapiña de los milicianos. Tal conmoción causó su martirio entre
sus apenados paisanos, que los mismos verdugos se arredraron y dejaron en
libertad a un primo del Mártir que tenían preso.
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