En la Iglesia Parroquial de santo Domingo de Silos de la ciudad
conquense recibió el Santo Bautismo a los dos días de nacer. Impulsado por su
vocación ingresó en el Seminario de san Julián en 1883. Recibió la ordenación
presbiteral el veintiséis de mayo de 1888.
Coadjutor de Villaescusa de Palositos, en agosto fue nombrado Cura
Regente de Valdeganga y, en 1890, Capellán del Convento de san Clemente. En
1897 tomó posesión de la Parroquia de Villar de Cantos y, a los tres años, de
un beneficio en la Colegiata de Belmonte. Cura Ecónomo de Collega, en 1901 pasó
a la Catedral de Cuenca como Salmista. A los dos años tomó posesión de su oficio
de Sochantre en la Catedral de Almería.
Para satisfacer su afán misionero marchó a Argentina en 1910,
sirviendo a la capellanía de san José de san Nicolás y a la Parroquia de
Chivilcoy. Regresó a Almería siete años después, ocupándose primero de la
capellanía del Hospital de Cuevas del Almanzora y de las Hermanitas de los
Ancianos Desamparados después. En 1918 retornó a tierras argentinas, volviendo
definitivamente en 1923. Desde entonces sirvió en su beneficio catedralicio,
como confesor de las Siervas de María y de las Hijas de la Caridad y adscrito a
la Parroquia de san Pedro de la ciudad.
Residente en Cuenca desde 1933 por su mala salud, allí le sorprendió
la Persecución Religiosa. A la señora que lo cuidaba le advirtió: « Mire,
cuando vengan a buscarme, no hable mal a los milicianos, ni le diga que no
estoy, pues yo no quiero defenderme, porque el Señor tampoco se defendió cuando
lo iban a matar. »
En la noche del doce de agosto de 1936 irrumpieron en su hogar y se
lo llevaron detenido. A pesar de su ancianidad, pues contaba con setenta y un
años, forcejeó con sus verdugos que pretendían simular su suicido en las aguas
del Júcar. En la plaza de Toros lo martirizaron, fundiendo con el sonido de los
disparos el de su virtuosa voz: « ¡Viva Cristo Rey!, Perdón, Señor, por los que
me matan por ti... »
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