«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34).
Estamos
en el momento de la última cena. Jesús, sentado a la mesa con sus discípulos,
acaba de lavarles los pies. Dentro de unas horas será arrestado, condenado a
muerte y crucificado. Cuando el tiempo se acorta y la meta se acerca, se dicen
las cosas más importantes: el «testamento».
En
este contexto, en lugar de la institución de la Eucaristía, el Evangelio de
Juan relata el lavatorio de los pies. Y a la luz de este hay que entender el
mandamiento nuevo. Jesús actúa primero y enseña después, y por eso su palabra
es autorizada.
El
mandamiento de amar al prójimo ya estaba presente en el Antiguo Testamento:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). Pero Jesús ilumina un
aspecto nuevo de este, la reciprocidad: es el amor mutuo lo que crea y distingue
a la comunidad de sus discípulos.
Este
tiene su raíz en la misma vida divina, en la dinámica trinitaria que el ser
humano está habilitado a compartir gracias al Hijo. Lo ejemplifica Chiara
Lubich con una imagen que nos puede iluminar: «Jesús, cuando vino a la tierra,
no vino de la nada, como cada uno de nosotros, sino que vino del Cielo. E igual
que un emigrante, cuando va a aun país lejano, se adapta al nuevo entorno, pero
lleva consigo sus usos y costumbres y sigue hablando su lengua, también Jesús
se adaptó en la tierra a la vida de los hombres, pero, por ser Dios, trajo el
modo de vivir del Cielo, de la Trinidad, que es amor, amor recíproco».
«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
los unos a los otros»,
Aquí
entramos en el núcleo del mensaje de Jesús, que nos lleva a la lozanía de las
primeras comunidades cristianas y que hoy en día puede seguir siendo el
distintivo de todos nuestros grupos y asociaciones. En un ambiente en que la
reciprocidad es una realidad viva, experimentamos el sentido de nuestra
existencia, encontramos la fuerza para seguir adelante en los momentos de dolor
y de sufrimiento, nos sentimos sostenidos en las inevitables dificultades y
saboreamos la alegría.
Cada
día nos enfrentamos a muchos desafíos: la pandemia, la polarización, la
pobreza, los conflictos. Imaginemos por un instante lo que sucedería si
consiguiésemos poner en práctica esta Palabra en el día a día: nos
encontraríamos ante nuevas perspectivas, se abriría ante nuestros ojos el
proyecto de la humanidad, motivo de esperanza. Pero ¿quién nos impide reavivar
esta Vida en nosotros y reactivar a nuestro alrededor relaciones de fraternidad
que se extiendan hasta llenar el mundo?
«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
los unos a los otros».
Marta
es una joven voluntaria que ayuda a las personas detenidas a preparar los
exámenes universitarios. «La primera vez que entré en la cárcel me encontré con
personas llenas de miedos y fragilidades. Intenté entablar una relación ante todo
profesional y luego de amistad, basada en el respeto y la escucha. Pronto
comprendí que no era yo la única que ayudaba a los presos, sino que también
ellos me sostenían a mí. Una vez, mientras ayudaba a un estudiante para un
examen, perdí a una persona de mi familia, y a él le confirmaron la condena en
el tribunal de apelación. Los dos estábamos en muy malas condiciones. Durante
la clase me daba cuenta de que él incubaba un gran dolor, que fue capaz de
contarme. Llevar juntos el peso de aquel dolor nos ayudó a seguir adelante. Al
final del examen vino a darme las gracias, y me dijo que sin mí no lo habría
conseguido. Por un lado, yo había perdido a alguien de mi familia, pero por
otro lado sentía que había salvado una vida. Comprendí que la reciprocidad permite
crear relaciones verdaderas, de amistad y de respeto».
LETIZIA MAGRI
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