«Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt
24, 42).
En este pasaje del Evangelio de Mateo,
Jesús prepara a sus discípulos para su regreso definitivo e inesperado, que los
sorprenderá.
También en aquella época había muchas
dificultades, guerras y sufrimientos de todo tipo. Para el pueblo de Israel la
esperanza descansaba en la intervención del Señor, que pondría fin a las
lágrimas. Así pues, la espera no era motivo de espanto, sino más bien de consuelo,
como tiempo de la salvación.
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Aquí Jesús nos indica un gran secreto:
vivir bien el momento presente, porque Él mismo volverá cuando estemos
trabajando, ocupados en las cosas normales de la vida diaria, en las que muchas
veces nos olvidamos de Dios porque estamos demasiado absorbidos por la
preocupación del mañana.
«Velad,
pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».
Velar: es una invitación a mantener los
ojos abiertos, a reconocer los signos de la presencia de Dios en la historia,
en la cotidianidad, y ayudar a otros que viven en la oscuridad a encontrar el
camino de la vida.
La incertidumbre sobre el día preciso en
que llegará Jesús pone al cristiano en actitud de continua espera; lo alienta a
vivir el momento presente con intensidad, amando hoy, no mañana; perdonando
ahora, no después; transformando la realidad en este momento, no cuando
encuentre tiempo en una agenda llena de compromisos.
Meditando sobre esta Palabra, Chiara
Lubich escribía: «¿Te has dado cuenta de que en general no vives la vida, sino
que tiras de ella a la espera de un "después" en el que debería
llegar "algo bueno"? La cuestión es que llegará un "después
bueno'; pero no será como te lo esperas. Un instinto divino te lleva a esperar
a alguien o algo que pueda satisfacerte. Y te imaginas que será un día de
fiesta, o el tiempo libre, o un encuentro especial, y cuando estos terminan no
quedas satisfecho, al menos no plenamente. Y reanudas el trantrán de una
existencia vivida sin convicción, siempre a la espera. Lo cierto es que entre
los elementos que componen tu vida hay uno del que no puedes escapar: el
encuentro cara a cara con el Señor que se acerca. Esto es "lo bueno"
a lo que tiendes inconscientemente, porque estás hecho para la felicidad. Y la
plena felicidad solo Él te la puede dar».
«Velad,
pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».
Ciertamente el Señor Jesús vendrá al
final de la vida de cada uno, pero ya podemos reconocerlo, realmente presente,
cuando celebramos y compartimos la Eucaristía, cuando escuchamos y vivimos su
Palabra, cuando acogemos a cada hermano y hermana, cuando su voz nos habla en
la conciencia.
También hoy la vida nos presenta muchos
desafíos, y nos preguntamos: «¿Cuándo terminará todo este sufrimiento?».
No podemos esperar pasivamente una
intervención del Señor: hay que aprovechar cada momento para apresurar el Reino
de Dios y su designio de fraternidad. Cada pequeño gesto de amor y de cortesía,
cada sonrisa que damos transforma nuestra existencia en una continua y fecunda espera.
Paco es capellán en un hospital en
España; hay muchos pacientes ancianos, y algunos sufren graves enfermedades
degenerativas. Cuenta: «Al llamar a la puerta de un paciente anciano que suele
gritar contra la fe, tengo un momento de duda, pero quiero testimoniarle el
amor de Dios. Entro con la mejor sonrisa que tengo. Le hablo suavemente, le
explico la belleza de los sacramentos. Le pregunto si quiere recibirlos, y me
responde: ¡Claro! Se confiesa y recibe la Eucaristía y la unción de los
enfermos. Me quedo con él un poco más. Cuando me voy, está sereno, y su hija,
allí presente, está asombrada».
LETIZIA
MAGRI
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