Cuando la
predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de
algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una
ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un
catálogo de pecados y errores. El
Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva,
reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien
de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer!
Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa
invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia
corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro
peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino
algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones
ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de
tener «olor a Evangelio».
Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº
39)
Papa Francisco.
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