domingo, 23 de agosto de 2020

NUESTROS MARTIRES: TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS POR CADA UNO DE NOSOTROS.

 

“Gozosos testigos del amor de Cristo”

En esta lección de fe en el Amor gratuito de Dios que nos dan nuestros mártires y que ellos la llevan hasta el extremo, es que este amor es un amor de misericordia, un amor que disculpa y perdona todo, un amor que ama y perdona a sus enemigos. Nuestros mártires no solo mueren perdonando, sino que es un perdón lleno de amor por aquellos que les quitan la vida: ¡es el misterio del martirio!.

Misterio que ilumina nuestra manera de actuar en medio de una humanidad que atraviesa una noche oscura, una humanidad sometida al sufrimiento de tantos hermanos nuestros, una humanidad que parece inclinarse hacia un abismo de violencia cada vez más generalizada. Mirar a nuestros mártires, a su amor misericordioso hacia aquellos que les arrebatan la vida, es ver en ellos como Dios sigue amando a la humanidad, es ver cómo cada día vuelve a consumarse el sacrificio de Cristo en la cruz por nosotros. Nuestros mártires, son testigos fieles que nos recuerdan que el amor de Dios por el hombre, por cada hombre, es un amor fiel y eterno.

Solo se puede entender el martirio desde la cruz de Cristo, donde el amor se hace nuevo y eterno, la cruz es la opción de Dios por los hombres, en ella y a través de Cristo, se renueva la alianza de Dios con la humanidad.

Solo así se entiende como el mártir sale victorioso de su martirio, el sí es el del mártir pero con las fuerzas son las de Cristo.

Porque “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 35-39).

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