Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la página evangélica de hoy (cfr. Mt 22, 34-40),
un doctor de la Ley pregunta a Jesús cuál es «el mandamiento mayor» (v. 36), es
decir el mandamiento principal de toda la Ley divina. Jesús responde
sencillamente: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente”» (v. 37). Y a continuación añade: «El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39).
La respuesta de Jesús retoma y une dos preceptos fundamentales,
que Dios ha dado a su pueblo mediante Moisés (cfr Dt 6, 5; Lv 19,
18). Y así supera la trampa que le han tendido para «ponerle a prueba» (v. 35).
Su interlocutor, de hecho, trata de llevarlo a la disputa entre los expertos de
la Ley sobre la jerarquía de las prescripciones. Pero Jesús establece dos
fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos, dos fundamentos
esenciales de nuestra vida. El primero es que la vida moral y religiosa no
puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada. Hay gente que trata de
cumplir los mandamientos de forma ansiosa o forzada, y Jesús nos hace entender
que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y
forzada, sino que debe tener como principio el amor. El segundo fundamento es
que el amor debe tender juntos e inseparablemente hacia Dios y hacia el
prójimo. Esta es una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús y
nos hace entender que no es verdadero amor de Dios el que no se expresa en el
amor al prójimo; y, de la misma manera, no es verdadero amor al prójimo el que
no se deriva de la relación con Dios.
Jesús concluye su respuesta con estas palabras: «De estos dos
mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (v. 40). Esto significa que
todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ser puestos en
relación con el amor de Dios y del prójimo. De hecho, todos los mandamientos
sirven para realizar, para expresar ese doble amor indivisible. El amor por
Dios se expresa sobre todo en la oración, en particular en la adoración.
Nosotros descuidamos mucho la adoración a Dios. Hacemos la oración de acción de
gracias, la súplica para pedir alguna cosa…, pero descuidamos la adoración.
Adorar a Dios es precisamente el núcleo de la oración. Y el amor por el prójimo,
que se llama también caridad fraterna, está hecho de cercanía, de escucha, de
compartir, de cuidado del otro. Y muchas veces nosotros descuidamos el escuchar
al otro porque es aburrido o porque me quita tiempo, o de llevarlo, acompañarlo
en sus dolores, en sus pruebas… ¡Pero siempre encontramos tiempo para
chismorrear, siempre! No tenemos tiempo para consolar a los afligidos, pero
mucho tiempo para chismorrear. ¡Estad atentos! Escribe el apóstol Juan: «Quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4,
20). Así se ve la unidad de estos dos mandamientos.
En el Evangelio de hoy, una vez más, Jesús nos ayuda a ir a
la fuente viva y que brota del Amor. Y tal fuente es Dios mismo, para ser amado
totalmente en una comunión que nada ni nadie puede romper. Comunión que es un
don para invocar cada día, pero también compromiso personal para que nuestra
vida no se deje esclavizar por los ídolos del mundo. Y la verificación de
nuestro camino de conversión y de santidad está siempre en el amor al prójimo.
Esta es la verificación: si yo digo “amo a Dios” y no amo al prójimo, no va
bien. La verificación de que yo amo a Dios es que amo al prójimo. Mientras haya
un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos
del ser discípulos como Jesús nos pide. Pero su divina misericordia no nos
permite desanimarnos, es más nos llama a empezar de nuevo cada día para vivir
coherentemente el Evangelio.
Que la intercesión de María Santísima nos abra el corazón para acoger el “mayor mandamiento”, el doble mandamiento del amor, que resume toda la ley de Dios y de la que depende nuestra salvación.
Plaza
de San Pedro
Domingo, 25 de octubre de 2020
FUENTE:
VATICA VAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario