«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 14, 11).
Con frecuencia los Evangelios nos
muestran a Jesús aceptando gustosamente invitaciones a comer, pues son
ocasiones de encuentro para trabar amistad y consolidar relaciones sociales.
En este pasaje del Evangelio de Lucas,
Jesús observa el comportamiento de los invitados: hay una pugna por ocupar los
primeros puestos, reservados a las personalidades; se palpa el ansia de
destacar los unos por encima de los otros.
Pero Él tiene en mente otro banquete: el
que se ofrecerá a todos los hijos en la casa del Padre, sin «derechos
adquiridos» en nombre de una presunta superioridad.
Es más: los primeros puestos estarán
reservados precisamente a quienes elijan el último lugar, al servicio de los
demás, Por eso proclama:
«Todo
el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Cuando nos ponemos nosotros en el
centro, con nuestra avidez, nuestro orgullo, nuestras pretensiones y nuestras
quejas, caemos en la tentación de la idolatría, es decir, de adorar a falsos
dioses, que no merecen honor ni confianza.
Por eso, Jesús parece invitarnos ante
todo a bajarnos del «pedestal» de nuestro yo para no poner en el centro nuestro
egoísmo, sino a Dios mismo. ¡Él sí que puede ocupar el puesto de honor en
nuestra vida!
Es importante hacerle sitio, profundizar
en nuestra relación con Él, aprender de Él el estilo evangélico del humillarse.
Ponernos libremente en el último lugar es elegir el lugar que Dios mismo eligió
en Jesús. Este, siendo el Señor, eligió compartir la condición humana para
anunciar a todos el amor del Padre.
«Todo
el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Partiendo de esta enseñanza, aprendamos
también a construir la fraternidad, es decir, la comunidad solidaria de hombres
y mujeres, adultos y jóvenes, sanos y enfermos, capaces de construir puentes y
servir al bien común.
Como Jesús, también nosotros podemos
acercarnos a nuestro prójimo sin miedo, ponernos a su lado para caminar juntos
en los momentos difíciles y gozosos, valorar sus cualidades, compartir bienes
materiales y espirituales, animar, dar esperanza, perdonar. Alcanzaremos el
primado de la caridad y de la libertad de los hijos de Dios.
En un mundo enfermo de arribismo, que
corrompe a la sociedad, esto es en verdad ir a contracorriente, es una
revolución plenamente evangélica.
Esta es la ley de la comunidad
cristiana, como escribe también el apóstol Pablo: «con humildad, considere cada
cual a los demás como superiores a sí mismo» (cf. Flp 2, 3).
«Todo
el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Como escribió Chiara Lubich: «¿Te das
cuenta? En el mundo, las cosas siguen un orden completamente distinto. Rige la
ley del yo [...] Y sabemos cuáles son las dolorosas consecuencias [...]:
injusticias y prevaricación de todo tipo. Sin embargo, el pensamiento de Jesús
no se dirige directamente a todos estos abusos, sino más bien a la raíz de la
que brotan: el corazón humano. [...] Para Él, es necesario precisamente
transformar el corazón y asumir, en consecuencia, una actitud nueva, necesaria
para establecer relaciones auténticas y justas. Ser humildes no quiere decir
solamente no ser ambiciosos, sino además ser conscientes de nuestra nada,
sentirnos pequeños ante Dios y ponernos en sus manos, como un niño. [...].
» ¿Cómo vivir este humillarse?
Practicándolo, como Jesús, por amor a los hermanos y hermanas. Dios considera
hecho a Él lo que haces a los demás. Así pues, humillarse: servirles. [...] Y
el ensalzamiento llegará ciertamente en el mundo nuevo, en la otra vida. Pero
para quien vive en la Iglesia, ya se da este cambio radical de las situaciones.
Pues quien manda debe ser como el que sirve. Así pues, la situación ya ha
cambiado. De este modo, allí donde se viven las palabras en las que hemos
profundizado, la Iglesia es ya para la humanidad un signo del mundo futuro».
LETIZIA
MAGRI
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