«Dios
viene... y os salvará» (Is 35, 4).
El verbo está en presente: Él viene. Es una
certeza de ahora. No tenemos que esperar a mañana o al final de los tiempos, o
a la otra vida. Dios actúa inmediatamente; el amor no admite dilación o demora.
El profeta Isaías se dirige a un pueblo que esperaba con ansia el final del
exilio y el regreso a la patria. En estos días de espera de la Navidad, no
podemos dejar de recordar que a María se le hizo una promesa semejante: «El
Señor está contigo» (Lc 1,28); el ángel le anunciaba el nacimiento del
Salvador.
No viene para una visita cualquiera. Su
intervención es decisiva, de la máxima importancia: ¡viene a salvarnos! ¿De
qué? ¿Estamos en grave peligro? Sí. A veces somos conscientes de ello y a veces
no nos damos cuenta. Dios interviene porque ve el egoísmo, la indiferencia
hacia quienes sufren y están necesitados, el odio, las divisiones. El corazón
de la humanidad está enfermo. Él viene lleno de compasión por su criatura; no
quiere que se pierda.
De la red |
¡Nos tiende la mano como a un náufrago que se
está ahogando! Por desgracia, en estos tiempos tenemos siempre ante los ojos
esta imagen, que se repite cada día con los refugiados intentando cruzar
nuestros mares, y vemos con cuánta presteza se aferran a la mano tendida, al
chaleco salvavidas. También nosotros, en todo momento, podemos aferrar la mano
tendida de Dios y seguirlo con confianza. Él no solo nos cura el corazón de un
replegarnos en nosotros mismos que nos cierra a los demás, sino que además nos
hace capaces de ayudar a quienes están necesitados, tristes o pasando una
prueba.
Escribía Chiara Lubich: «Ciertamente no es el
Jesús histórico o Jesús como Cabeza del Cuerpo místico quien resuelve los
problemas. Lo hace Jesús-nosotros, Jesús-yo, Jesús-tú... Es Jesús en la persona, en esa persona determinada
-cuando su gracia está en ella-, quien construye un puente o abre un camino...
[...] Todo ser humano, como otro Cristo, como miembro de su Cuerpo místico, da
su propia aportación en todos los campos: en la ciencia, en el arte, en la
política, en la comunicación, etc.». De ese modo el hombre es colaborador de
Cristo. «Así la encarnación continúa, la
encarnación completa, que atañe a todos los Jesús del Cuerpo místico de Cristo».
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Precisamente eso le sucedió a Roberto, un
exrecluso que encontró a alguien que lo «salvó» y se transformó a su vez en
«salvador». Contó su experiencia el 24 de abril en la Mariápolis de Villa
Borghese, en Roma. «Al final de un largo encarcelamiento quería comenzar una nueva
vida, pero, como se sabe, aunque hayas cumplido tu pena, para la gente sigues
siendo un tipo poco recomendable. Estaba buscando trabajo y se me cerraban
todas las puertas. Tuve que pedir por la calle, y durante siete meses ejercí de
mendigo. Hasta que me encontré con Alfonso, quien, mediante la asociación
creada por él, ayuda a las familias de los presos. "Si quieres volver a
empezar -me dijo-, ven conmigo”. Ahora, desde hace un año, ayudo a preparar los
paquetes de la compra para las familias de presos que vamos a visitar. Para mí
es una gracia inmensa, porque en estas familias me veo a mí mismo. Veo la
dignidad de esas mujeres solas con hijos pequeños, que viven en situaciones
desesperadas, que esperan que alguien vaya a llevarles un poco de consuelo, un
poco de amor. Dándome, he recuperado mi dignidad de ser humano, mi vida tiene
sentido. Tengo una fuerza añadida porque
tengo a Dios en el corazón, me siento amado...».
FABIO CIARDI
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