La
comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los
demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y
asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los
evangelizadores tienen así «olor a oveja»
y éstas escuchan su voz.
La imagen es de FANO, tomada de la red
Una Iglesia con olor a oveja
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Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar».
Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que
sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene
mucho de paciencia, y evita maltratar límites.
Fiel al
don del Señor, también sabe «fructificar».
La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor
la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El
sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene
reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se
encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia
sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla
hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse
de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia
liberadora y renovadora.
Por
último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso
adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la
liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia
evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual
también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado
impulso donativo.
Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio” (nº 24)
Papa
Francisco.
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