El día 6 de noviembre, la Iglesia en
España conmemora a todos los Santos y Beatos Mártires que murieron durante la
persecución religiosa entre los años 1931 y 1939. La lista innumerable de
mártires -obispos, sacerdotes, consagrados y laicos- que dieron a Cristo el
testimonio supremo del amor, está encabezada por los Santos Pedro Poveda
Castroverde, presbítero diocesano y fundador de la Institución Teresiana, e
Inocencio de la Inmaculada, religioso pasionista.
Más información: MEMORIA DE LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA.
Más información: MEMORIA DE LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX EN ESPAÑA.
Dentro del Oficio de Lectura de dicha
«memoria obligatoria» en España, se lee el sermón 335 de San Agustín, con
reproducimos a continuación.
De los sermones de san Agustín, obispo. (Sermón
335, 1-2: PL 38, 1470)
El significado del martirio.
Tratándose de la fiesta de los santos
mártires, ¿de qué podemos hablar mejor que de la gloria de los mismos? Ayúdenos
el Señor de los mártires, puesto que él es su corona. Hace poco escuchamos al
bienaventurado apóstol Pablo que pregonaba el grito de los mismos mártires:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tal es el grito de los mártires. ¿La
tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿Los
peligros? ¿La espada? Porque está escrito: «Por ti somos mortificados todo el
día y considerados como ovejas de matadero». Pero en todas estas cosas vencemos
por aquel que nos amó.
Éste es
el grito de los mártires: soportarlo todo, no presumir de sí mismos y amar a
quien es glorificado en los suyos, para que quien se gloríe, se gloríe en el
Señor. Ellos conocían también lo que hace poco hemos cantado: Alegraos en el
Señor y exultad, justos. Si los justos se alegran en el Señor, los injustos no saben
alegrarse más que en el mundo.
Pero éste
es el primer ejército que hay que vencer: primero hay que vencer al placer y
luego al dolor. ¿Cómo puede superar la crueldad del mundo quien es incapaz de
superar sus halagos? Este mundo halaga prometiendo honores, riquezas, placer;
este mundo amenaza sirviéndose del dolor, la pobreza y la humillación. Quien no
desprecia lo que él promete, ¿cómo puede vencer sus amenazas? Las riquezas
causan su propio deleite; ¿quién lo ignora? Pero la justicia lo tiene aún mayor.
El
Apóstol pasó ciertamente por alto todos los halagos del mundo, y quiso que los
recordases tú, el halagado por el mundo. ¿Por qué? Porque anunciaba de antemano
los combates de los mártires; aquellos combates en que vencieron la
persecución, el hambre, la sed, la penuria, la deshonra y, por último, el temor
de la muerte y al más cruel de los enemigos.
Mas
considerad, hermanos, que todo es obra del arte de Cristo. El Apóstol nos
invita a preferir el amor de Cristo al del mundo. ¿Cuántas estrecheces han de
pasar quienes quieren robar cosas ajenas? ¿La persecución? Ni la persecución
los quiebra. El avaro dice en su corazón lo que quizá no se atreve a decir con
su lengua: ¿Quién nos separa de la ambición del oro? ¿La tribulación? ¿La
angustia? ¿La persecución? También los avaros pueden decir al oro: «Por ti
somos llevados a la muerte día a día».
Con
razón, pues, dicen los santos mártires en el salmo: Júzgame, ¡oh Dios! y
distingue mi causa de la de la gente malvada. Distingue, dijo, mi tribulación,
pues tribulaciones las sufren también los avaros. Distingue mis angustias, pues
las sufren también los avaros. Distingue mis persecuciones, pues las sufren
también los avaros. Distingue mi hambre, pues, con tal de adquirir el oro, la
sufren también los avaros. Distingue mi desnudez, pues por el oro se dejan
desnudar también los avaros. Distingue mi muerte, pues por el oro mueren
también los avaros.
¿Qué
significa: Distingue mi causa? Por ti somos llevados a la muerte día a día.
Ellos sufren todo eso por el oro, nosotros por ti. La pena es igual, pero
distinta la causa. Si la causa es distinta, la victoria está asegurada. Por
tanto, si miramos a su causa, amaremos estas fiestas de los mártires. Amemos en
ellos no sus sufrimientos, sino la causa de los mismos; pues, si amamos
solamente sus sufrimientos, encontraremos a muchos que sufren cosas peores por
causas malas.
Pero
fijémonos en la causa; mirad la cruz de Cristo; allí estaba Cristo y allí
estaban los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó,
otro blasfemó. El Señor, como en el tribunal, hizo de juez para ambos; al que
blasfemó lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al paraíso. ¿Por qué
esto? Porque, aunque la pena era igual, la causa de cada uno era diferente.
Elegid, pues, las causas de los mártires si queréis alcanzar la palma de los
mártires.
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