No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por
todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios
el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de
unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le
sirviera santamente». El Señor, en la historia de la salvación, ha salvado a un
pueblo. No existe identidad plena sin
pertenencia a un pueblo. Por eso nadie se salva solo, como individuo aislado,
sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales
que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica
popular, en la dinámica de un pueblo.
SANTO PADRE FRANCISCO. GAUDETE ET EXULTATE, nº 6
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