San Lucas 23, 35-43
El pueblo
permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha salvado a
otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!".
También
los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su
cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de
los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el
otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la
misma pena que él?
Nosotros
la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho
nada malo".
Y decía:
"Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
El le
respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
* * * * *
Meditación del Papa Francisco.
El
apóstol Pablo, en la carta a los Colosenses (1,12-20), nos ofrece una visión
muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de
toda la creación: en Él, por medio de Él y en vista de Él, fueron creadas todas
las cosas. Él es el centro de todo, es el principio. Dios le ha dado la
plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas
Esta
imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la
actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y
acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las
palabras y las obras.
La pérdida
de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños,
tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.
Además de
ser centro de la creación, y centro de la reconciliación, Cristo es centro del
pueblo de Dios.
[...] Cristo,
descendiente del rey David, es precisamente el hermano alrededor del cual se
constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su
vida. En él somos uno; unidos a él, participamos de un solo camino, un solo
destino. Solamente en él como centro tenemos la identidad como pueblo.
Cristo es
el centro de la historia de la humanidad y de todo hombre. A Él podemos referir
las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen
nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de
nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen
ladrón en el Evangelio de hoy.
Mientras
todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio: "Si tú eres el Cristo,
el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz", aquel hombre, que
se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado
implorando: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y Jesús le
promete:
"Hoy
estarás conmigo en el paraíso".
Jesús
sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre
encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una
petición como esa.
Hoy todos
nosotros podemos pensar en nuestro camino. Este día nos hará bien pensar en nuestra
historia:
"Acuérdate
de mí Señor, tú que estás al centro, tú que estás en tu Reino".
La
promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la
gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El
Señor siempre da más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te
lleva a su Reino.
Pidamos
al Señor que se acuerde de nosotros, con la seguridad de que gracias a su
misericordia podremos participar de su gloria en el paraíso. Amén.
(Homilía
en la Solemnidad de Cristo Rey y clausura del Año de la Fe, 24 de noviembre de
2013)
FUENTE: PÍLDORAS DE FE
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