Natural de la ciudad de Guadix, en la Iglesia
Parroquial de Santa Ana recibió las aguas bautismales a los dos días de su
nacimiento. Tras estudiar en el Seminario de san Torcuato, fue ordenado
presbítero el veintisiete de mayo de 1904.
Los cuatro primeros años fue empleado en
diversos ministerios pastorales, hasta que en 1908 fue nombrado Sacristán mayor
de la Catedral de santa María de la Encarnación de Guadix. Al templo
catedralicio se dedicó con primor, entregándole hasta su magra herencia y cada
una de sus horas.
El canónigo Sánchez Cuevas consigna así su
recuerdo: «Aunque algo adusto en el trato, en el servicio fue esclavo de su deber,
tenía el templo tan aseado que algunos llegaron a quejarse de que en el Coro,
obra de arte de los mejores en su género en España, donde tantos y tan buenos
existen, no aparecía la pátina del tiempo debido a su limpieza, el pavimento
estaba como un espejo. En los días siniestros de los incendios, antes del
movimiento pasaba en las puertas de la catedral las noches en vela por sí
alguno se acercaba a prender fuego. »
Tras sufrir terribles amenazas porque creían
que escondía las alhajas de la Catedral, fue detenido el veintisiete de julio
de 1936 y enviado, junto al beato don Manuel Medina Olmos y otros presbíteros,
a la ciudad de Almería. Él, a sus cincuenta y cinco años, compartió prisión y
martirio con todos ellos.
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