«Os daré un corazón nuevo; infundiré en vosotros un espíritu
nuevo» (Ez 36, 26).
El corazón remite a los afectos, a los
sentimientos, a las pasiones. Pero para el autor bíblico es mucho más: junto
con el espíritu, es el centro de la vida y de la persona, el lugar de las
decisiones, de la interioridad y de la vida espiritual. Un corazón de carne es
dócil a la Palabra de Dios, se deja guiar por ella y formula «pensamientos de
paz» hacia los hermanos. Un corazón de piedra está cerrado en sí mismo, incapaz
de escuchar y de tener misericordia.
¿Necesitamos un corazón nuevo y un espíritu
nuevo? No hay más que mirar a nuestro alrededor. La violencia, la corrupción,
las guerras nacen de corazones de piedra que se han cerrado al proyecto de Dios
sobre su creación. Incluso si miramos dentro de nosotros con sinceridad, ¿no
nos sentimos movidos muchas veces por deseos egoístas? ¿Es efectivamente el
amor el que guía nuestras decisiones; es el bien del otro?
La imagen es de Fano |
Observando esta pobre humanidad nuestra, Dios
se compadece. Él, que nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe que
necesitamos un corazón nuevo. Así se lo promete al profeta Ezequiel, pensando
no solo en las personas individualmente, sino en todo su pueblo. El sueño de
Dios es recomponer una gran familia de pueblos como la concibió desde los
orígenes, modelada por la ley del amor recíproco. Nuestra historia ha mostrado
en muchas ocasiones, por un lado, que solos somos incapaces de cumplir su
proyecto; y por otro, que Dios nunca se cansa de volver a apostar por nosotros
e incluso promete darnos Él mismo un corazón y un espíritu nuevos.
Él cumple plenamente su promesa cuando manda
a su Hijo a la tierra y envía su Espíritu en el día de Pentecostés. De ahí nace
una comunidad -la de los primeros cristianos de Jerusalén- que es icono de una
humanidad caracterizada por «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32).
También yo, que escribo este comentario, y
tú, que lo lees o lo escuchas, estamos llamados a formar parte de esta nueva
humanidad. Es más, estamos llamados a formarla a nuestro alrededor, a hacerla
presente en nuestra vida y en nuestro trabajo. Fíjate qué gran misión se nos
encomienda y cuánta confianza pone Dios en nosotros. En lugar de deprimirnos
ante una sociedad que muchas veces nos parece corrupta, en lugar de resignarnos
ante males que nos sobrepasan y encerrarnos en la indiferencia, dilatemos el
corazón «a la medida del Corazón de Jesús. ¡Cuánto trabajo! Pero es lo único
necesario. Hecho esto, está hecho todo». Es una invitación de Chiara Lubich,
que dice a continuación: «Se trata de amar a cada uno que se nos acerca como
Dios lo ama. Y dado que estamos sujetos al tiempo, amemos al prójimo uno por
uno, sin conservar en el corazón ningún resto de afecto por el hermano con el
que acabamos de estar».
No confiemos en nuestras fuerzas y
capacidades, inapropiadas, sino en el don que Dios nos hace: «Os daré un
corazón nuevo; infundiré en vosotros un espíritu nuevo».
Si permanecemos dóciles a la invitación de
amar a cada uno, si nos dejamos guiar por la voz del Espíritu en nosotros, nos
convertimos en células de una humanidad nueva, artesanos de un mundo nuevo en
medio de la gran variedad de pueblos y culturas.
FABIO CIARDI
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