Recibió las aguas bautismales tres días después de su nacimiento
en la Iglesia Parroquial de san José de su pueblo. En el Seminario de san
Cecilio de Granada edificaba tanto a superiores como a seminaristas por su
santidad y saber. En julio de 1916 recibió el presbiterado y regresó a Válor
para celebrar su primera Misa.
Tras
ejercer de Coadjutor en Laújar, fue nombrado Párroco de Benínar. Su sobrina
doña Encarnación recordaba que: «Todos los que le conocieron pueden decir que
era un sacerdote amable, servicial, limosnero. A su casa acudía cada día algún
pobre que comía con él en su misma mesa.»
Al
inicio de la Persecución Religiosa lo amenazaron con una infame carta y el
Arzobispo le ordenó refugiarse en su pueblo natal. Nada más llegar, puso a
salvo a la venerada imagen del Santísimo Cristo de la Yedra. Detenido el cinco
de agosto de 1936, gracias a algunos contactos pudo ser liberado. Pero, el diez
de agosto, su sobrina cuenta que: «Los milicianos que fueron a apresarlo le
dijeron que lo hacían porque iba vestido de sotana, que sabían que era
comunista porque era amigo de los pobres, pero que vestía con sotana. Bajamos
hasta la puerta para despedirlo mi madre, mi tía y yo. Mi tío estaba muy
sereno, se despidió de nosotros diciendo: “No lloréis por mí”.»
El
cuatro de septiembre, junto a seis prisioneros, fue conducido al cementerio de
Berja. Tras martirizar a uno de los presbíteros, el siervo de Dios se puso de
rodillas, enarboló el Crucifijo, perdonó a sus verdugos y gritó: «¡Viva Cristo
Rey!». Uno de los milicianos, muy impresionado, se marchó de allí diciendo:
«¡Yo no estoy en la muerte de unos santos!». Tenía cuarenta y cuatro años al
recibir el martirio.
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