Su padre, el alcalde del pueblo, lo llevó a bautizar dos días
después de su nacimiento en la Iglesia Parroquial de san Joaquín. Rechazando
otras opciones, ingresó en 1898 en el Seminario de san Indalecio y fue ordenado
presbítero el veintiuno de mayo de 1910 en la capilla del convento de las
Claras de la ciudad de Almería.
Primero
ocupó las coadjutorías de Lubrín y de Pulpí, pasando a la de Turre en 1916 y
más tarde a la de Cantoria. El uno de septiembre de 1924 fue nombrado Coadjutor
de su pueblo natal. Una antigua feligresa, doña Josefa López, recuerda que: «Se
le veía piadoso y muy devoto de la Santísima Virgen. Daba muy buenos consejos
cuando nos confesábamos con él. Era de carácter muy amable en el trato con los
niños y ayudaba a los jóvenes a preparar sus estudios y los animaba a ser
sacerdotes.»
Sus
familiares intentaron que huyera a Barcelona al comenzar la Persecución
Religiosa, pero sólo admitió refugiarse en Almería. En esta ciudad fue
denunciado e interrogado en el convento de las Adoratrices. A los tres días fue
detenido y llevado a distintas cárceles. Su sobrina – nieta, doña Inmaculada
García, cuenta que: «El siervo de Dios murió el veintidós de septiembre de 1936
en las tapias del cementerio de Almería, bendiciendo a Dios y perdonando a los
que le martirizaron, entregado antes el traje que llevaba puesto al guarda de
la cárcel para que se lo diese a su hermano, porque sabía que era el único del
que disponía.» Tenía cincuenta y un años.
El
que fuera Párroco de Garrucha, don Diego Rubio, comentaba que: «Le forzaban a
blasfemar y renunciar a su fe bajo la promesa de librarse de la muerte. El
siervo de Dios respondió que prefería llegar a su meta que no era otra que dar
la vida por defender al Señor en quien siempre había creído.»
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